III
Tus ojos quedarán marcados por los cristales
porque lloras durante las tormentas.
Nadie tiene tus manos,
delicadas y grises,
listas para llevarte lo que quieras del tiempo.
Eres el dios herido por tu infancia,
el habitante eterno
de todas las esquinas
donde descansan tus indicios.
Tus ojos son las piedras blancas
que nunca borrarán las lluvias.
Ya no tienes palacios
ni vives en los templos
pero en el fondo todo sigue igual,
el mismo olor barniz de las iglesias,
los mismos corazones
tallados
para que no te olviden nunca.
Y te invocamos
cuando el silencio nos acecha,
interiores y tuyos.