REFLEXIÓN 3: ¿SON NECESARIAS LAS PODAS?
Parece ser que cuando se es muy, muy joven, adolescente incluso, hay cierto entusiasmo por lo barroco y lo retorcido tanto con las formas como con las palabras. Es la natural reacción ante la sobriedad de lo convencional como se entiende aburrido y rutinario. Leía libros barrocos como Canaima de Rómulo Gallegos por el placer de seguir los textos sin entender nada de qué hablaba. Lo mismo destaco del Paradiso de Lezama Lima, o de pintores como Rubens o Dalí o los Pompier franceses y españoles, quienes se erigían como hacedores absolutos de sus obras para no dejar nada al poder de sugestión de los espectadores. Son los superfluos, incluso los grandes líricos del Barroco y del Romanticismo que me inspiraban ideas de aquellos tiempos en los que apenas podía pintar en casa. Por el contrario, dibujaba mucho en el colegio, retratos, paisajes, cualquier cosa y sobre cualquier material, cuando no me enteraba de las clases, cuando me aburría. En Poesía, Ramón de la Vega y Verónica Azcue me daban consejos a la vez que palos sobre mis angustiosos versos de aquel entonces. Muchos años más tarde, después de leer toda la obra de Marcel Proust en un reto que me planteé para no caer en una terrible depresión, volví a escribir Poesía.
Entonces, me hablaron de LA PODA. Podar poemas, podar imágenes. Al primero en oír este término fue al poeta Francisco Caro, uno de mis primeros profesores; más tarde, Juan José Alcolea y Ana Garrido me guiaron en esos parámetros. Y luego estuve en foros, Poesía Pura, Ultraversal, El universo de Vicente Martín, … Y conocí y sigo conociendo a muchos, muchos poetas quienes también me enseñan. Y a pintores. ¡Vaya si aprendí!
Y ahora intento enseñar a otros este arte de jardinería. Como los diseños maestros de los jardines franceses, de los decorados japoneses.
Cabe hablar también de la poda en las relaciones sociales. Callar, escuchar, trabajar, pensar. Acaso tema para otra reflexión.